El organismo humano es fascinante y su capacidad para adaptarse a las condiciones del entorno y a las exigencias a la que es sometido durante el entrenamiento está mucho más allá de lo que muchos llegan a imaginar.

Parte de esa adaptación positiva es que el deportista tiene un peso ideal, un peso en el que desarrolla su máximo rendimiento cuando llega la competición.

Después, finalizada la temporada, en la fase de transición hasta el comienzo del nuevo año deportivo, es lógico e incluso positivo que se gane un pequeño porcentaje de peso (de hasta el 2-3%) al reducirse de forma importante la exigencia de las cargas de entrenamiento. Esos kilos incrementados fundamentalmente por un aumento del porcentaje de grasa, serán importantes e incluso positivos a la hora de comenzar la siguiente temporada.

Como ha sido tratado en artículos previos de este blog, hablando sobre cómo planificar, cuándo comenzar la nueva temporada o cómo entrenar en invierno, el tipo de cargas que un deportista debe de afrontar al comenzar su año deportivo están en relación con su nivel de rendimiento y el tipo de competición que prepara.

Tanto para unos como para otros el inicio de su temporada es el momento ideal para reducir sus porcentajes de grasa (esa que han ganado durante el periodo de descanso activo tras la/s competición/es) y aumentar su consistencia muscular (que no es sinónimo de aumentar su masa muscular, su peso muscular), justo en el periodo llamado “de base” o “general”. Los motivos para seguir esta estrategia son diversos.

1. El “turbo-diesel”:

Junto con una buena planificación nutricional, se buscará estimular al organismo para que durante el ejercicio “aprenda” a utilizar grasas de forma más abundante. Esto está directamente relacionado con un descenso de la utilización de los hidratos de carbono a intensidades bajas y medias, algo tremendamente interesante para que en competiciones de larga duración los depósitos de carbohidratos (glucógeno) se utilicen de manera más progresiva, asegurando un aporte de su energía durante más tiempo.

Así, haciendo entrenamientos en ayunas (tema que será tratado en un próximo artículo) se estimulará una utilización mayor de las reservas de grasa y una reducción del porcentaje de ésta con la consiguiente disminución del peso del deportista.

2. Mejora la fuerza:

Otra razón para intentar que la pérdida de peso se produzca en la primera parte de la temporada se basa en que el pequeño peso extra que se mueve supondrá un estímulo mayor para la musculatura al tener que movilizar un cuerpo ligeramente más pesado que cuando compita. Por lo tanto, ese pequeño “lastre” estará estimulando positivamente la fuerza del deportista. Y es justamente la fuerza una de las variables que se han de desarrollar en la primera parte de la planificación.

3. Enseña a tu cuerpo a competir:

Cuando un deportista cambia su peso corporal afecta a variables tan importantes como la técnica. Y es que, cada movimiento es un conjunto de fuerzas que se relacionan para lograr la acción deseada, sea ejecutar una brazada en el agua, sea girar las bielas o sea encadenar pasos corriendo.

Al cambiar el peso cambia también el centro de gravedad y las masas que se van moviendo en torno a él: si la pierna pesa menos se mueve de forma distinta que si pesa más e incluso la flexibilidad se puede ver afectada por la masa de cuerpo que se está poniendo en acción.

Por ello, en las semanas y meses que preceden a la competición, el peso del deportista debe de ser ya lo más similar posible a lo que será el día de la prueba, de manera que el organismo ya esté adaptado completamente a cada pequeño detalle, siendo prioritaria la técnica que haya sido entrenada y automatizada y que gracias a ello suponga la mejor coordinación de cada movimiento y por ende, la mayor eficiencia posible.

4. Conserva tu energía y tu musculatura:

Llegados a ese momento del año en el que los entrenamientos se caracterizan en su mayoría por reproducir las exigencias de la competición y por llegar al máximo en cuanto a la calidad de los mismos (fase específica), el equilibrio entre las calorías ingeridas y las calorías invertidas en entrenar ha de ser el mejor posible.

Dicho de otra forma, la fase específica no es el momento adecuado para que haya una ingesta menor de calorías de las que se necesitan para entrenar, que es justamente lo que produce una reducción del peso.

Y es que, cuando se da un desequilibrio entre ingesta y gasto calórico se está añadiendo un estrés extra al organismo, lo que puede resultar en la incapacidad para generar o mantener una masa muscular de la máxima calidad posible, que es justamente la clave para poder desarrollar los entrenamientos específicos y de máxima calidad que anteceden a la competición.

A ello le hemos de añadir que, una ingesta baja en calorías puede suponer que, o bien los hidratos de carbono o bien las proteínas (o los dos nutrientes al mismo tiempo) estén en cantidades inferiores a las necesarias para asegurar: a) que se rellanan los depósitos de glucógeno (HC), esenciales para rendir al máximo nivel; b) que se regeneran y fortalecen los músculos que son protagonistas de cada movimiento. Parece lógico pues que ninguna de las dos variables ayudaría a que un deportista rindiese a su máximo nivel ni en entrenamientos ni en competiciones.

Por todos estos motivos, la pérdida del peso que se gana previamente en la etapa de transición ha de ser lograda de manera gradual durante los primeros meses de la planificación de la nueva temporada, justo cuando puede suponer un estímulo positivo que después se convertirá en mayores opciones de rendir al máximo cuando la competición se aproxima.

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