A lo largo de la vida una persona puede ir cambiando de opiniones sobre un mismo tema, puede tener gustos diferentes en cuanto a la gente que le rodea, puede disfrutar bailando con músicas distintas según su edad o incluso puede marcarse metas que nunca antes se habría ni planteado. Es una gran virtud saberse adaptar a cada momento del ciclo vital, aunque hay algo que una persona nunca podrá variar aunque cambien sus gustos u opiniones: cada día deberá de desayunar, comer y cenar, independientemente de que tenga diez años o noventa.

Una de las ventajas en las que se apoya la abrumadora propuesta de distintas formas de alimentarse (de las llamadas dietas) para lograr que siempre haya gente dispuesta a probar su “fórmula” es precisamente esa: que todo habitante del planeta necesita comer a diario y por lo tanto, siempre habrá personas que ante la duda que les supone el no conocer exactamente lo que su organismo necesita, caerán en la red de una nueva “dieta mágica” que le proponga resultados nunca vistos.

Si bien es cierto que la ciencia no para de evolucionar y que con ella se sabe mucho más cada día sobre la alimentación más adecuada para el ser humano, no es menos cierto que lo que no varía es la necesidad del deportista de ingerir todos los nutrientes, todos los días y en las cantidades adecuadas. El ser humano ha evolucionado como especie gracias a haberse nutrido con todo tipo de alimentos, comiendo cada día proteínas, grasas, hidratos de carbono, vitaminas, minerales y agua. En definitiva, con una dieta variada.

Cada alimento tiene unas propiedades bioquímicas, unas cualidades que se ven reflejadas en los colores que vemos en él. Por lo tanto, tomar cada día alimentos de distintos colores es un sinónimo de estar ingiriendo una dieta rica y variada: a más colores, más virtudes.

Repasando la manera en la que nuestros abuelos se alimentaban nos daremos cuenta de que comían de todo, de que comían variado y que gracias a ello la nutrición que mantenían les permitía continuar con energía cada día, seguir trabajando horas y horas, desplazarse caminando largas distancias y con toda esa existencia llena de actividad incluso llegarse a hacer de noventa o cien años disfrutando de una buena calidad de vida.

Ramón Rodríguez, que llegó a más de 99 años de juventud, siempre con una sonrisa y con buen humor, seguramente lograba una nutrición correcta, rica en nutrientes, porque comía todo tipo de alimentos en función de lo que la naturaleza le iba aportando: frutas, verduras, carne, pescado, huevos, leche, arroz, pasta, patatas, pan, azúcar, sal, aceite, etc. Logró cumplir la norma de que comiendo de todo, se logra el equilibrio en el organismo y con ello, se mantiene la salud.

Pero además hubo otra variable que hizo posible que por la mirada del bueno de Ramón pasasen días en los que superar una guerra civil, años de escasez y precariedad y condiciones laborales de gran exigencia física. Esa variable era común a gran parte de la población: la ingesta diaria de calorías era menor de la que hoy se observa y que la mayoría de trabajos de investigación afirman excesiva en los últimos años.

No se trata de volver a épocas de hambruna, no se trata de comer menos de lo necesario, se trata de ingerir lo que el cuerpo requiere y eso, en la inmensa mayoría de la población de países desarrollados, no se cumple: sabemos que cada día se suelen comer más calorías de las que el cuerpo precisa para mantener la salud.

El proceso de digestión de los alimentos es uno de los más costosos para el organismo, por ello, comer lo necesario evita solicitar a nuestro cuerpo más de lo adecuado. Y esa pequeña diferencia multiplicada por cada desayuno, comida y cena a lo largo de años es, a largo plazo, una gran diferencia.

Si además de salud hablamos de deporte, un óptimo balance de nutrientes y de calorías es la clave para mantener adecuadamente el factor esencial para cualquier prueba de resistencia: el peso. Y es que, entrenar horas y horas, para poderse llevar al mejor rendimiento individual en la competición pasa inexorablemente por mantener un peso ideal que ha de ser conocido por cada deportista.

Ramón Rodríguez no conocía todas estas variables fisiológicas y sencillamente comía cada día lo que buenamente podía llevar a la mesa de su humilde familia, trabajando de sol a sol, de lunes a domingo. Pero sin saber de nutrición, acertaba siempre: comida variada, comida en su justa medida y mucha actividad. Llegar casi al siglo de vida sólo se consigue con esa combinación y una sonrisa perpetua.